“Vi al hombre” (11-12-11)
Vi al hombre,
con toda fragilidad,
con la mirada afligida
de quien espera un papel,
un insignificante trozo de plástico
que incluye tu nombre,
tu foto, tu lugar de nacimiento
y, por sobretodo,
tu condición de inmigrante.
Vi al hombre,
ahí sentado, en la policía
esperando poner una huella,
con los ojos ilusionados por un permiso,
para poder ver a sus hijos, a su familia,
con su carpeta de papeles
con sus tasas debidamente pagadas.
Vi al mismo hombre una y otra vez,
con cara de preocupación,
de fastidio, de angustia,
de impotencia frustrada,
de no poder hacer nada,
de quedarse otro año,
otro año más sin ver a su hija,
quién le reprocharía:
¡papá yo quiero verte!
Papá ya van tres años,
¿Cuándo puedo visitarte?
Y el mismo hombre responderle:
para otro año será,
soy un simple inmigrante,
un “sin papeles”, un sin derecho a nada.
Vi al hombre que suplicaba,
vi a la mujer africana,
la que esperaba desde la madrugada,
para ser atendida,
para recibir un insignificante número de papel,
para poder pedir una cita,
simplemente para información.
Vi a la mujer, vi al hombre,
vi cientos de hombres,
que esperaban un número,
un insignificante trozo de papel
y vi al policía salir por aquella puerta,
con sólo ¡cuarenta números!
Cuarenta insignificantes trozos de papel
para cuatrocientos hombres.
Vi a la misma mujer africana,
que esperaba de madrugada,
bajo el frio invernal
de las calles de piedra,
la misma mujer embarazada,
frustrada una noche más,
preguntándose una y otra vez,
¿cómo parir un hijo siendo ilegal?
Vi a aquella mujer embarazada,
gritando desesperada,
llorando por un insignificante número de papel,
vi a cientos de hombres
reclamando una vida digna,
vi como gritaban
y vi como los policías nos hacían callar.
Vi como aquellos agentes de la ley
nos empujaban, nos pegaban, nos gritaban.
Vi a aquella africana caerse por las escaleras,
la vi sangrando, la vi inconsciente,
tendida en el suelo
por un miserable trozo de papel.
Y vi a una boliviana
pidiendo un permiso
para poder viajar,
para ver a su madre enferma,
pidiendo una autorización
para poder volver
a su mísera monótona vida en España.
Y vi como un policía
le denegaba dicho papel:
si usted quiere ir, vaya,
pero después no vuelva,
porque en Barajas no podrá entrar
con su tarjeta de residencia caducada.
Vi al hombre,
vi al marroquí con sus siete hijos,
pidiendo un permiso
para poder estudiar,
para que aprendiesen a leer y a escribir.
Y lo vi en la puerta con sus siete hijos
y en cada uno de sus rostros,
vi al hombre frustrado,
vi la misma mirada,
ese brillo de odio,
aquel que carcome por dentro.
Y me vi a mi misma,
con una carpeta interminable,
esperando en la calle,
con un insignificante trozo de papel
que me daba derecho a ser atendida.
Me vi horas inútiles de mi vida,
esperando un trozo de plástico
que incluye tu nombre,
tu foto, tu lugar de nacimiento,
y, por sobretodo,
tu condición de inmigrante.
Mariela
Mariela
No hay comentarios:
Publicar un comentario